Aún recuerdo a aquella niña perdida de ojos azules tristes... Desesperada por curar su enfermedad, acudió a una sabia curandera. La curandera nada más verla, quedó prendada de su mirada, mirada que pese a su belleza, era una mirada triste.
Tras un rato de charlas, la curandera llevó a la dulce niña a su pequeña cueva. Aquello era hermoso, estaba lleno de sueños, esperanzas, grandes expectativas e ilusiones. La luz era tan intensa y brillante, que la niña tenia que hacer malabares para aguantarla. Después de todo, ya no recordaba como era ese brillo, sus ojos se habían vuelto débiles y no podían soportar tanto esplendor.
La curandera tomó su pequeña mano y sin darle tiempo a decir nada, leyó el motivo de su tristeza. La pequeña niña no se valoraba, su pequeña estatura le había hecho sentirse del mismo modo y se sentía bien pequeña. Se conformaba con lo que había ( en realidad nada), se agarraba a un clavo ardiendo. Se estaba quemando. Se consumía cada vez más. Pero ella aguantaba amarrada.
Vivía en un pequeño país donde siempre llovía. Una lluvia de errores, desaciertos, lágrimas y desamor. Y aunque la niña , después de un largo tiempo, logró encontrar una pequeña cueva en la que refugiarse, no siempre lograba hallarla. En muchas ocasiones esa cueva permanecía cerrada, la niña no encontraba la llave para acceder a ella.
La curandera miró los ojos de la dulce niña, tomó su mano y con suaves palabras le confesó que ella era la culpable de su tristeza. Ella, en realidad, era su propia enfermedad. Y ella misma poseía el antídoto para curarse. ‘Has sido valiente, como muy poca gente lo es. Has caminado sola y te has equivocado. Errar es de sabios. Da experiencia y sabiduría. Pero llevas mucho tiempo perdida en ese gris paisaje, con sus tintes morados...es hora de partir. Es hora de dejar atrás ese paisaje que vuelve tus ojos tristes y convierte su azul claro y cristalino en un gris triste y enojado. Después de todo, ¿qué te da?¿Te hace sentir única y especial?
Te espera un camino lleno de grandes ilusiones como las que reflejo yo aquí. Te auguro un futuro lleno de cambios. Andarás, por decisión propia, por un camino, esta vez no tan largo, que te conducirá al edén que tanto tiempo llevas esperado. Un edén merecido que hará que tus ojos brillen de una manera especial, que harán que su azul sea más vivo que nunca y tan hermoso que se confundirá con el azul cristalino del mar.’
¿Embrujo o premonición? ¿Destino o casualidad?